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La velocidad inunda nuestra vida. Coches rápidos,
imágenes aceleradas y plazos apremiantes que lo único que hacen es
impedirnos posar la mirada sobre lo aparentemente sencillo y concedernos
la oportunidad de analizarlo con un mínimo detenimiento. La visión
fugaz de un paisaje impide sentirlo y vivirlo. Cada época tiene su orden y su
ley y cada época tiene sus transgresores, sus rebeldes. Alvin Straight abandona el código
de la velocidad y, avanzando a contracorriente, se rebela contra esa visión del
mundo que parece estar basada en correr hacia adelante sin pararse a
pensar. Alvin Straight prefiere tomarse su tiempo, no porque no tenga prisa sino
porque no tiene ese tipo de prisa que parece dictada por la tecla de avance
rápido de un mando a distancia vital. David Lynch ha
hecho lo mismo durante toda su carrera: marcarse un paso, no más lento ni más
rápido que el que dictaba el cine de su tiempo, simplemente diferente. Alvin
Straight y David Lynch tienen una medida distinta de las cosas y,
afortunadamente, la comparten con nosotros.
Tras el hábil juego de palabras del titulo original (el apellido
del protagonista juega con la rectitud moral y física de su trayectoria) nos
encontramos con una gran película apuntalada sobre la entereza, la testarudez y
la misma naturaleza del ser humano en un escenario simple que no simplista.
Puede que "Una historia verdadera" remita a una
América regida por la naturaleza, por el trabajo, por la honestidad cotidiana o
por las costumbres sencillas pero no por ello se trata de un retrato falso ni
bucólico. La mentira, la muerte y el dolor son tratados en la película pero
desde un enfoque naturalista, sin aspavientos, como algo irremediable y ya
pasado. En este aspecto, Alvin Straight, en su lento deambular por el Medio
Oeste se plantea como una figura casi angelical dispuesto tanto a escuchar como
a ser oído y preparado igualmente a purgar sus propias faltas y ayudar a
enmendar las de los demás. Lynch nos presenta un hombre que no tiene prisa
porque teme, quizás, que precipitando su andadura precipitará también su
final. Su historia es su camino, no importa tanto el origen y
el destino como el trayecto en si, un camino de reflexión (acerca de Dios, de su
familia, de la guerra) y, a la vez, de expiación sobre lo que le ha tocado
vivir.
En este sentido la película de Lynch adolece de un cierto
maniqueísmo, y puede dar la sensación de estar contemplando a un "Autopista hacia el cielo" de calidad, pero esta impresión
pronto desaparece al conjuntarse un extraordinario intérprete
(Robert Farnsworth, veteranísimo actor nominado aquí
al Oscar) y un no menos brillante director. Ambos, arropados
por la música de Angelo Baladamenti y la fotografía
de Freddie Francis (otro octogenario ilustre) elevan
lo que podría haberse convertido en una historia llena de buenas intenciones en
una película llena de buenos resultados. La maestría visual de
Lynch jugando tanto con la sensibilidad como con la ironía (recuérdese ese
plano-grúa donde el protagonista avanza hacia una carretera que se extiende
recta hasta el horizonte, y la cámara se eleva esperando captar la estela del
audaz viajero para a continuación volver a bajar y comprobar que este apenas se
ha desplazado unos metros).
No vale la pena pasarse todo el metraje intentando buscar en este
trabajo el supuesto "estilo Lynch", ir tras la huella, atisbar el vestigio que
ha caracterizado a este autor tan personal sólo proporcionará decepciones; no
porque "Una historia verdadera" no tenga rasgos lynchianos (que los tiene, la
mujer de los ciervos, los mecánicos gemelos e incluso el comienzo del film
apuntan hacia ese lado) sino porque sería preferible contemplar la película como
una lógica continuación de la obra del autor de "Carretera
perdida" o "Erasehead" es decir como un
retrato de la sociedad americana que el director conoce. La América de "Blue Velvet" no es antagónica de la de "Una historia
verdadera" sino complementaria.
"Una historia verdadera" tiene la ventaja de ser cine que se
saborea y que se siente y ello gracias a que imprime un ritmo que
permite detener la mirada en el detalle y en el gesto de forma que,
probablemente, nada se nos escapa y podemos apreciar el recorrido del
protagonista en todas sus facetas. La película proporciona la agradable
sensación de llenar, no sólo la pantalla, sino al espectador mismo colmándole de
sensaciones no por sencillas menos valiosas.
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